22/5/14

Érase una vez… o el comienzo de todo, según Manuel Cortés Blanco

Érase una vez…
Temprano, a las 7:43 de esta aurora de domingo en la Clínica San Francisco de la ciudad de León, ha nacido nuestro hijo… ha nacido Manuel. Y lo ha hecho como cualquier otro niño, rodeado de gasas, pinzas quirúrgicas, paredes en blanco, amor y cifras: casi cuatro kilos en la báscula, 53 centímetros con la cinta métrica, 35 más de perímetro craneal, nueve sobre diez en no sé bien qué test… ¡La de números que somos a lo largo de una vida!
Después de un embarazo sin grandes sobresaltos, mamá comenzó con contracciones ayer por la tarde e incluso llegamos a acudir al hospital. En nuestra familia siempre fuimos muy puntuales y, dado que en esos días se cumplía precisamente la previsión que nos dieron para el parto, creímos que tal desenlace estaría próximo a llegar. Sin embargo nos equivocamos, pues tuvimos que volver a casa:
—Hasta que no sean cada cinco minutos no tienen que venir —insistió con cierta sorna la matrona.
—¡Qué impacientes estos padres primerizos! —resoplaba desde el
fondo un celador.
Así que, para no precipitarnos de nuevo, pasamos la noche contando
contracciones.
—A las 2:09, a las 2:24, a las 2:33…
—A las 3:00, a las 3:12, a las 3:19…
Por fin alcanzamos la secuencia sugerida:
—A las 4:47, a las 4:51, a las 4:56…
Llamamos a un taxi con nocturnidad y alevosía. Nuestro principio era su meta. Al vernos en tal estado, el conductor —tan amable como temeroso— le rogó a mi mujer que aguantase un poco, que no diera a luz allí dentro pues acababa de cambiar las alfombrillas. Tal vez por eso hizo el trayecto deprisa, mostrando un pañuelo blanco por la ventana y saltándose cuantos semáforos en ámbar nos salieron al paso. Para nuestra
suerte, llegamos pronto; para la suya, llegamos sin novedad.
—¡Mil gracias! —nos despidió aliviado antes de recontar la propina—.Que tengan un buen parto.
—¡Mil y una gracias a usted! Que tenga un buen servicio.
En el hospital aguardaba la misma matrona de la tarde anterior, quien
procedió nuevamente a monitorizar las contracciones: —A las 6:38, a las 6:41, a las 6:42… Deberían haber venido antes. Les dije que cuando fueran cada cinco minutos —nos regañó sin perder la sorna.
—¡Qué dejados estos padres primerizos! —apuntaló el celador.
      C allo, pero eso no significa que otorgue nada. Porque está visto que actúes como actúes, siempre habrá alguien para quien no acertarás. Ante la inminencia del final, avisaron a la ginecóloga, al anestesista, a una enfermera, a otro celador. Nuestro hijo hizo madrugar al equipo de guardia pese a ser una mañana de festivo. Entramos al paritorio, permitiéndome que estuviese a la cabecera de la cama como un espectador excepcional. Lo agradecí infinito. De hecho, aun cuando nunca recuerde los favores que como médico haya podido dispensar a mis pacientes, jamás olvidaré esta atención que tuvieron para conmigo.
Y todo salió perfecto. Cuando el pediatra golpeó suavemente su culito, nuestro pequeño Manuel rompió a llorar.  (…)

           
Y es a partir de este punto de Nanas para un Principito, donde comienza este libro sobre la magia de la vida, el amor y  los cuentos que nos van descubriendo el mundo.

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